- Autor: Decimus Albius Plancus
- Primera edición: 16/04/2023
- Idioma: Español
Ocurrió en Hermenepolis, una mañana de aprilis. Era un día luminoso y despejado, Apolo y Artemisa celebraban su cumpleaños. Los dioses y las diosas estaban presentes a través de los altares y ofrendas que los fieles habían dispuesto por todos los rincones de la capital de Tarevia para celebrar con sus hermanos y compañeros divinos.
En el Templo de Dioniso, los altares ardían con un fuego brillante, y el incienso perfumado llenaba el aire con su aroma celestial mientras los sacerdotes realizaban rituales sagrados en su honor. Todo parecía estar en paz y armonía.
En medio de la celebración, el pontifex maximus sintió cómo Apolo se acercó a su hermana Artemisa, quien estaba de pie en forma de ofrenda a su lado en el templo.
— Querida hermana, ¿Cómo te sientes en este día tan especial para ti? —Preguntó Apolo con una sonrisa amistosa—.
—Estoy encantada de estar aquí celebrando tu cumpleaños, hermano —respondió Artemisa con gracia—. Pero no olvides que ayer fue mi día especial también.
—Por supuesto que no lo olvido —dijo Apolo, asintiendo con una reverencia—. El 24 de aprilis es un día sagrado para todos los que adoramos a la diosa cazadora y protectora de los animales. Espero que tengas una celebración maravillosa, querida hermana. No sientas ningún rencor porque celebre el mío antes.
—Lo tendré, gracias a ti y a los demás dioses que me han honrado con su presencia aquí —respondió Artemisa con humildad—.Y tú también tendrás una fiesta grandiosa, por supuesto. ¿Qué has planeado para tu cumpleaños?
Apolo sonrió misteriosamente y respondió:
—Será una sorpresa, hermana. Pero te prometo que será una celebración que nunca olvidarás.
Artemisa sonrió, intrigada por la promesa de su hermano y ambos se separaron para seguir disfrutando de la fiesta de cumpleaños de Apolo.
Demasiadas veces las cosas no suceden ni como los dioses tienen planificado, así en medio de la celebración un grupo de herejes se presentó en el templo. Estos impíos habían denunciado a Apolo por ser un dios falso y demandaban que los fieles adoraran a otro. Su audacia al presentarse en la fiesta de cumpleaños del dios causó una gran consternación entre los presentes, y muchos se sintieron indignados ante tanta insolencia.
Apolo, como un dios justo y compasivo, decidió escuchar a los herejes con paciencia y respeto. Pero pronto se dio cuenta de que sus palabras eran infundadas y su intención era la de sembrar discordia entre los fieles:
—Escucho sus palabras, pero me temo que sus argumentos carecen de fundamento —dijo Apolo con serenidad—. Mi presencia aquí en este templo es un testimonio de la voluntad divina y la fe que mi pueblo deposita en mí. No soy un dios falso, sino una deidad viva porque estoy presente en cada momento de la vida de muchos.
Los herejes se negaron a aceptar sus palabras y se mantuvieron obstinados en su posición. En ese momento la tensión en el templo aumentó y la celebración se vio interrumpida por el enfrentamiento entre los creyentes y los herejes:
Un sacerdote que estaba fascinado por los argumentos heréticos, aunque no los compartía, se acercó al líder de los herejes:
—Amigo, ¿no puedes ver que Apolo es un dios verdadero y poderoso? Su luz ilumina nuestros caminos, su música nos eleva a las alturas, su poesía inspira nuestros corazones. ¿Cómo puedes negar su divinidad?
—Lo que yo niego es tu lógica aristotélica —respondió el hereje con desdén—. La verdad de la divinidad no puede ser medida o demostrada por la razón humana. Es un misterio que sólo puede ser comprendido por la intuición y la contemplación platónica.
—Pero Apolo es mucho más que un simple misterio —respondió el fiel con firmeza—. Es un dios real y tangible, que ha demostrado su poder y su gracia divina en innumerables ocasiones. ¿Cómo puedes negar la evidencia?